Schwarzwald, Blut und Rache. CAP XI
Hemos entrado en Alemania por Freibourg im Breisgau, el bmw
M5 de Nicolay ruge con la potencia de
sus 500 caballos mientras nos adentramos en la sinuosa carretera que
atravesando Schwarzwald nos lleva a Hinterzarten.
Kilómetros de pinos altísimos bordean la carretera,
desdibujados por la velocidad, la luz apenas atraviesa sus copas y da al bosque
un aspecto oscuro y limpio. De vez en cuando una casa solitaria da un toque de
color.
Nicolay conduce, yo voy sentado a su lado y detrás, Monique
encajada entre dos hombres más de Dimitri, antiguos speztnaz. Nadie habla. Las
armas están en el maletero, camufladas en un compartimiento oculto. Tampoco se
trata de buscarse problemas con la escasa, amable pero eficiente bundespolizei.
Nuestro destino es una estación de esquí abandonada, en las
proximidades del lago Schluchsee, nuestro objetivo es Dubois. La gente de
Dimitri ha localizado el refugio del psicópata francés.
Mi ruso es muy malo, quizás por eso me pierdo la mitad de
las instrucciones que Nicolay da a sus hombres cuando solo faltan diez
kilómetros para llegar…
Monique traduce para mí.
-Dejamos el coche en los antiguos talleres de la estación,
Dubois está en un refugio en la cima de la montaña. Desde su posición, los
talleres quedan fuera de su campo de visión. Esperamos a que anochezca i
atacamos, así de sencillo.
Me gustan los planes sencillos, suelen funcionar mejor. Pero este ha sido preparado sobre la marcha, solo
disponíamos de dos días para ejecutarlo, pasado este tiempo, Dubois partía con
destino a los emiratos árabes en dónde nos hubieses costado mucho más llevarlo a
cabo.
Nicolay habla ahora en inglés.-Mis dos hombres y yo nos
encargamos de los guardas, presumiblemente solo hay cinco, tú y Monique entráis
después y termináis el trabajo.
Dubois tiene más gente en unos barracones situados a
quinientos metros de su refugio. Si actuamos correctamente ni se enterarán. Si
se llega a dar la alarma estaremos en una situación realmente jodida- se sonríe
el hijoputa-
Reduce la velocidad y abandonamos la carretera principal
justo cuando se pone el sol. No es el camino más directo, es una antigua pista
forestal que da un rodeo de casi dos horas pero que conduce al mismo lugar.
El tiempo se nos echa encima, de repente, detrás de una
curva, un enorme tronco caído bloquea el paso. Nicolay frena y el coche derrapa descontrolado estrellándose contra el
árbol.
El golpe no es muy fuerte pero debemos continuar a pie. El
coche tendrá que esperar aquí.
Cogemos las armas y nos ponemos los trajes de camuflaje
negros que hemos traído. Monique se ha teñido su hermoso pelo rubio. Cubrimos
nuestros rostros con pasamontañas y nos adentramos en el bosque. Sin correr
pero a ritmo ligero abre la marcha uno de los hombres de Nicolay, Vassiliev,
veterano de Chechenia que ha estudiado, mientras viajábamos, el recorrido a
través del bosque. El hecho de que lleve en su pulsera un gps de última
generación no desmerece la seguridad con la que se adentra en la oscuridad.
Dejamos atrás los hangares en donde teníamos que haber
llegado con el coche, ya no hay tiempo. Es más de medianoche y aunque estamos
en primavera la temperatura desciende varios grados, el suelo está húmedo de
lluvias recientes y a las botas se adhieren las agujas de pino que cubren el
fango.
Nos detenemos al
avistar una silueta recortándose contra el cielo estrellado. Un guarda. Solo.
Vassiliev se adelanta, cuchillo en mano, dando un pequeño rodeo.
Parpadeo para mejorar mi visión, me hago viejo, cuando abro de
nuevo los ojos la silueta ha desaparecido y
Vassiliev vuelve a estar con nosotros. Un ligero olor herrumbroso lo
acompaña, limpia el cuchillo en unas hierbas y discute en voz baja con Nicolay.
-Dos, a lo más tres, a unos cincuenta metros de aquí. Bajando
por ese sendero de la derecha, junto al viejo teleski . Habrá que usar las HK.
Nicolay asiente, desenfunda el subfusil, su compañero también.
Sendos silenciadores adornan sus bocachas. Se deslizan como sombras de muerte
hacia sus víctimas que, confiadas, comentan lo agradable que será pasar una temporada
en las agradables playas de Dubai.
Bien, dice Nicolay al volver, eran tres, quizás solo había cuatro
guardas. Dubois es todo vuestro.
Monique no me espera, sale corriendo en dirección a la casa
en lo alto de la colina. Una luz solitaria, en la cocina, quizás se esté
preparando algo caliente antes de acostarse.
Nos agazapamos a cada lado de la puerta, vemos la silueta de
Dubois, taza en mano, acercarse a la ventana, quizás intentando ver dónde coño están
sus guardas.
Derribo la puerta de una patada, entro seguido de Monique
apuntando en dirección a Dubois que sorprendido deja caer la taza al suelo.
Hace un amago de coger una pistola que está al lado de la
cafetera pero un certero disparo de mi compañera le arranca tres dedos de la mano
derecha de cuajo.
Le golpeo el rostro con la culata de mi subfusil. Cae al
suelo, visto así, no es gran cosa el capitaine Dubois.
La mano le sangra una barbaridad, gime, mientras que con la
izquierda intenta apretarse lo que le queda de la derecha.
Monique se agacha a su lado le hace un torniquete con un
trapo de cocina y el muy idiota le dedica una estúpida sonrisa, pensándose que
le está haciendo un favor.
La pérdida de sangre le ha debilitado y nos es fácil
levantarle y atarle en una silla.
Entra Nicolay, para darnos prisa, en el barracón de los
guardas se ha encendido una luz y se ha vuelto a apagar.
Monique nos dice
-Dejadme unos minutos a solas con Dubois, me dirá lo que
hemos venido a saber y nos iremos.
-Veinte minutos Monique, ni uno más, - le ordena Nicolay.
-Más que suficiente- responde ella mientras le obstruye la
boca a Dubois con papel de cocina.
No sé cómo va a hablar, pienso yo, con la boca llena de
papel pero Monique me sonríe adivinando mi pregunta.
-No te preocupes, hablará.
Salgo, precedido de Nicolay .Aunque fuese justificada, nunca
he soportado estoicamente ser testigo de
la tortura a otro ser humano.
Durante diez minutos solo se oye una especie de gemido sordo
que proviene del interior, después nada…
Pasan diez minutos más, Nicolay entra para avisar a Monique.
Salen juntos, él, con la cara mortalmente pálida, como si hubiese visto el
rostro de la muerte. Y la misma muerte sale acompañándole, la muerte con cara
de Monique, Monique teñida de la sangre de Dubois, del asesino de Laura. Sonríe
con la sonrisa de una diosa antigua vengativa que ha conseguido su propósito.
No quiero ni imaginarme que ha sucedido
en esa cocina en veinte minutos.
Dubois ha pagado con creces sus pecados. Si hay un infierno,
Monique le ha servido en bandeja un menú de degustación antes de mandárselo al
mismo diablo debidamente troceado.
Nos deslizamos de nuevo hasta el coche como espectros a la
luz de las estrellas, mi cuerpo no siente ni frio ni calor.
Nos desprendemos de la ropa, que ponemos en una bolsa junto
con las armas en el compartimiento. Monique se lava, completamente desnuda, en
un riachuelo cercano que se lleva aguas abajo, hilillos de sangre roja que se
deslizan como pequeñas serpientes por sus muslos blancos como la nieve. La
envuelvo en una toalla al salir, y la abrazo, ella se deja abrazar y apoya su
cabeza en mi hombro.
Se viste, subimos al coche, ocupado ya por nuestros
silenciosos amigos y emprendemos el viaje de vuelta.
Llegamos a Meersburg y montamos el coche en una barcaza que
nos espera, es casi de día ya…
La barcaza se adentra en el bodensee y al llegar a un sitio
convenido, arrojamos el coche con las armas y los trajes al fondo del lago.
El hidroavión de Dimitri, pilotado por él mismo, no tarda ni cinco minutos en
amerizar. Subimos rápidamente y la barcaza emprende de nuevo el rumbo hacia el
puerto. No ha llegado aún allí que nosotros ya estamos entrando en el espacio aéreo
de suiza.
Nadie habla, y incluso Dimitri, discreto por esta vez, se
suma a nuestro silencio.