dissabte, 28 de juny del 2014

Schwarzwald, Blut und Rache. CAP XI

Hemos entrado en Alemania por Freibourg im Breisgau, el bmw M5 de Nicolay  ruge con la potencia de sus 500 caballos mientras nos adentramos en la sinuosa carretera que atravesando Schwarzwald nos lleva a Hinterzarten.
Kilómetros de pinos altísimos bordean la carretera, desdibujados por la velocidad, la luz apenas atraviesa sus copas y da al bosque un aspecto oscuro y limpio. De vez en cuando una casa solitaria da un toque de color.
Nicolay conduce, yo voy sentado a su lado y detrás, Monique encajada entre dos hombres más de Dimitri, antiguos speztnaz. Nadie habla. Las armas están en el maletero, camufladas en un compartimiento oculto. Tampoco se trata de buscarse problemas con la escasa, amable pero eficiente bundespolizei.
Nuestro destino es una estación de esquí abandonada, en las proximidades del lago Schluchsee, nuestro objetivo es Dubois. La gente de Dimitri ha localizado el refugio del psicópata francés.
Mi ruso es muy malo, quizás por eso me pierdo la mitad de las instrucciones que Nicolay da a sus hombres cuando solo faltan diez kilómetros para llegar…
Monique traduce para mí.
-Dejamos el coche en los antiguos talleres de la estación, Dubois está en un refugio en la cima de la montaña. Desde su posición, los talleres quedan fuera de su campo de visión. Esperamos a que anochezca i atacamos, así de sencillo.
Me gustan los planes sencillos, suelen funcionar mejor. Pero  este ha sido preparado sobre la marcha, solo disponíamos de dos días para ejecutarlo, pasado este tiempo, Dubois partía con destino a los emiratos árabes en dónde nos hubieses costado mucho más llevarlo a cabo.
Nicolay habla ahora en inglés.-Mis dos hombres y yo nos encargamos de los guardas, presumiblemente solo hay cinco, tú y Monique entráis después y termináis el trabajo.
Dubois tiene más gente en unos barracones situados a quinientos metros de su refugio. Si actuamos correctamente ni se enterarán. Si se llega a dar la alarma estaremos en una situación realmente jodida- se sonríe el hijoputa-
Reduce la velocidad y abandonamos la carretera principal justo cuando se pone el sol. No es el camino más directo, es una antigua pista forestal que da un rodeo de casi dos horas pero que conduce al mismo lugar.
El tiempo se nos echa encima, de repente, detrás de una curva, un enorme tronco caído bloquea el paso. Nicolay frena y el coche  derrapa descontrolado estrellándose contra el árbol.
El golpe no es muy fuerte pero debemos continuar a pie. El coche tendrá que esperar aquí.
Cogemos las armas y nos ponemos los trajes de camuflaje negros que hemos traído. Monique se ha teñido su hermoso pelo rubio. Cubrimos nuestros rostros con pasamontañas y nos adentramos en el bosque. Sin correr pero a ritmo ligero abre la marcha uno de los hombres de Nicolay, Vassiliev, veterano de Chechenia que ha estudiado, mientras viajábamos, el recorrido a través del bosque. El hecho de que lleve en su pulsera un gps de última generación no desmerece la seguridad con la que se adentra en la oscuridad.
Dejamos atrás los hangares en donde teníamos que haber llegado con el coche, ya no hay tiempo. Es más de medianoche y aunque estamos en primavera la temperatura desciende varios grados, el suelo está húmedo de lluvias recientes y a las botas se adhieren las agujas de pino que cubren el fango.
Nos detenemos  al avistar una silueta recortándose contra el cielo estrellado. Un guarda. Solo. Vassiliev se adelanta, cuchillo en mano, dando un pequeño rodeo. 
Parpadeo para mejorar mi visión, me hago viejo, cuando abro de nuevo los ojos la silueta ha desaparecido y  Vassiliev vuelve a estar con nosotros. Un ligero olor herrumbroso lo acompaña, limpia el cuchillo en unas hierbas y discute en voz baja con Nicolay.
-Dos, a lo más tres, a unos cincuenta metros de aquí. Bajando por ese sendero de la derecha, junto al viejo teleski . Habrá que usar las HK.
Nicolay asiente, desenfunda el subfusil, su compañero también. Sendos silenciadores adornan sus bocachas. Se deslizan como sombras de muerte hacia sus víctimas que, confiadas, comentan lo agradable que será pasar una temporada en las agradables playas de Dubai.
Bien, dice Nicolay al volver, eran tres, quizás solo había cuatro guardas. Dubois es todo vuestro.
Monique no me espera, sale corriendo en dirección a la casa en lo alto de la colina. Una luz solitaria, en la cocina, quizás se esté preparando algo caliente antes de acostarse.
Nos agazapamos a cada lado de la puerta, vemos la silueta de Dubois, taza en mano, acercarse a la ventana, quizás intentando ver dónde coño están sus guardas.
Derribo la puerta de una patada, entro seguido de Monique apuntando en dirección a Dubois que sorprendido deja caer la taza al suelo.
Hace un amago de coger una pistola que está al lado de la cafetera pero un certero disparo de mi compañera le arranca tres dedos de la mano derecha de cuajo.
Le golpeo el rostro con la culata de mi subfusil. Cae al suelo, visto así, no es gran cosa el capitaine Dubois.
La mano le sangra una barbaridad, gime, mientras que con la izquierda intenta apretarse lo que le queda de la derecha.
Monique se agacha a su lado le hace un torniquete con un trapo de cocina y el muy idiota le dedica una estúpida sonrisa, pensándose que le está haciendo un favor.
La pérdida de sangre le ha debilitado y nos es fácil levantarle y atarle en una silla.
Entra Nicolay, para darnos prisa, en el barracón de los guardas se ha encendido una luz y se ha vuelto a apagar.
Monique nos dice
-Dejadme unos minutos a solas con Dubois, me dirá lo que hemos venido a saber y nos iremos.
-Veinte minutos Monique, ni uno más, - le ordena Nicolay.
-Más que suficiente- responde ella mientras le obstruye la boca a Dubois con  papel de cocina.
No sé cómo va a hablar, pienso yo, con la boca llena de papel pero Monique me sonríe adivinando mi pregunta.
-No te preocupes, hablará.
Salgo, precedido de Nicolay .Aunque fuese justificada, nunca he soportado estoicamente  ser testigo de la tortura  a otro ser humano.
Durante diez minutos solo se oye una especie de gemido sordo que proviene del interior, después nada…
Pasan diez minutos más, Nicolay entra para avisar a Monique. Salen juntos, él, con la cara mortalmente pálida, como si hubiese visto el rostro de la muerte. Y la misma muerte sale acompañándole, la muerte con cara de Monique, Monique teñida de la sangre de Dubois, del asesino de Laura. Sonríe con la sonrisa de una diosa antigua vengativa que ha conseguido su propósito. No quiero ni imaginarme que ha sucedido  en esa cocina en veinte minutos.
Dubois ha pagado con creces sus pecados. Si hay un infierno, Monique le ha servido en bandeja un menú de degustación antes de mandárselo al mismo diablo debidamente troceado.
Nos deslizamos de nuevo hasta el coche como espectros a la luz de las estrellas, mi cuerpo no siente ni frio ni calor.
Nos desprendemos de la ropa, que ponemos en una bolsa junto con las armas en el compartimiento. Monique se lava, completamente desnuda, en un riachuelo cercano que se lleva aguas abajo, hilillos de sangre roja que se deslizan como pequeñas serpientes por sus muslos blancos como la nieve. La envuelvo en una toalla al salir, y la abrazo, ella se deja abrazar y apoya su cabeza en mi hombro.
Se viste, subimos al coche, ocupado ya por nuestros silenciosos amigos y emprendemos el viaje de vuelta.
Llegamos a Meersburg y montamos el coche en una barcaza que nos espera, es casi de día ya…
La barcaza se adentra en el bodensee y al llegar a un sitio convenido, arrojamos el coche con las armas y los trajes al fondo del lago.
El hidroavión de Dimitri, pilotado  por él mismo, no tarda ni cinco minutos en amerizar. Subimos rápidamente y la barcaza emprende de nuevo el rumbo hacia el puerto. No ha llegado aún allí que nosotros ya estamos entrando en el espacio aéreo de suiza.

Nadie habla, y incluso Dimitri, discreto por esta vez, se suma a nuestro silencio.

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