dissabte, 28 de desembre del 2013

28-12-2013                                                              AM  666
8:15 A.M. Estoy gratamente sorprendido por el café que es capaz de hacer mi cafetera oxidada. Soy un cafeinómano, y nunca desayuno. Sólo café
 Ayer me acosté pronto, me dormí tarde, estuve mirando folletos turísticos de Barcelona. Algo tendré que hacer mientras dure mi retiro. La ciudad promete, vi cosas interesantes que descubrir. Hay….
El teléfono vibra…
Alarma, nadie conoce mi número excepto Monique. Está encima de la mesa, lo contemplo desde la cocina por encima del borde de la taza de café que se ha detenido en mis labios.
Un tono, dos tonos, tres…no es ella, ella solo deja sonar dos veces y repite si es necesario.
Cuatro, me acerco y miro la pantalla, +++++++666, ¡mierda! La taza cae al suelo. La sangre se hiela en mis venas.
-Buenos días K…, sólo Monique y él saben mi verdadero nombre, - Acabo de llegar a la ciudad y me he dicho, por qué no cenar con K… que está aquí también y así hablamos de los viejos tiempos…
-Percy…( si la muerte  alguna vez tiene voz, será la de Percy, la campechana voz de Percy)
-Ah mon ami, no sabes cuánto me alegra oírte, ¿te parece bien el Tagliatella? ¿A las nueve?
Y cuelga.
Recojo los pedazos de taza mientras mi mente frenéticamente asimila cosas, ordena cosas, decide cosas.
Me visto, envió un sms a un número al que no tendría que llamar nunca. Recibo una dirección en respuesta. Salgo
El maldito ascensor sigue sin funcionar, bajo y tropiezo con una joven que sube con un paquete de sal en las manos, cae el paquete pero no se rompe. Me sonríe, la sonrío, ¿por qué no? Tiene una bellísima sonrisa, natural, cálida. Mi mente ordena, clasifica ese perfume, es el del otro día, solo que más diáfano, sin humo ni sexo. Me distraigo, me olvido por un momento de Percy.
-          Hola, ¿eres mi vecino supongo? Daniella, vivo en el sexto, y se sonroja mientras le pongo el paquete de sal en la mano que me tiende.
-          Stefano, ¿qué tal? Perdona, jaja, corrijo la entrega, y le doy la mía.
Vuelvo a sonreír, esta vez más sinceramente, Helga siempre decía que tenía una hermosa sonrisa para ser un asesino.
Nos quedamos sin palabras, dios, que hermosa es, quizás en otra vida. La imagen de Percy vuelve y el encanto se rompe, ella adivina algo, baja los párpados, murmura una disculpa y me hago a un lado.
Ella sigue subiendo y yo bajando.

Paso por delante de la puerta del primero, que entreabierta, deja entrever unos ojillos ocultos en la penumbra. El casero. No le dedico ni medio segundo, salgo a la calle y llamo un taxi.

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