divendres, 27 de desembre del 2013

27-12-2013 UN ANTES Y UN DESPUÉS

He dormido diez horas seguidas, cosa rara en mi, supongo que el cansancio del viaje tuvo algo que ver. Claro que cuando uno atraviesa en un solo día diez husos horarios…
Voy a echar un vistazo a mi nuevo hogar…
Mi apartamento tiene una habitación con una cama de matrimonio, una mesita de noche y un viejo armario de patas torcidas, un bastante amplio salón comedor, una cocina ridícula y un baño con una ducha con cortina  con inodoro incluido, no estoy en Francia, evidentemente.
Hay un pequeño trastero despensa al cual se accede por la pequeña cocina con una bombilla que cuelga solitaria del techo. Diez, no, doce cadáveres de mosca patas arriba encima del hule de unos estantes torcidos.
La cocina a gas, ha conocido tiempos mejores, supongo que maltratada por miles de estudiantes que habrán pasado por ella. Grifo que gotea, armarios que amenazan venirse abajo. Una cafetera oxidada, tazas, platos…
El salón, una mesa, dos sillas, un pequeño mueble bajo para un televisor mastodóntico, de hace veinte años, espero que emita en color. No veo mando a distancia alguno.
Un sofá, ajado, se parece uno que tuve en Beirut.
Bien, aceptable. En Beirut fue peor, pero en Beirut estaba Helga y eso compensaba.
Helga lo llenaba todo, era un universo Helga. Si alguna criatura ha llenado mi vida de algo, esa criatura fue Helga.
Cuando se estaba yendo me dijo -  nunca será igual, sin mi estarás siempre vacio.
Tenía razón. Tuve que disparar por segunda vez, supongo que el cariño que le profesaba hizo que el primero errara.
Me sonrió mientras la luz se apagaba en sus verdes ojos, ella comprendía.
Yo, a mi manera, la amaba.
“Ellos” se felicitaron, me felicitaron, incluso lamentaron tener que haber llegado a ese extremo, hasta a Monique se le quebró un poco la voz, creo que eran amigas de la infancia, luego Monique colgó sin decir adiós, como siempre. Sostuve el teléfono con una mano, mientras que con la otra dejaba caer suavemente el hermoso cuerpo de Helga al suelo.
Colgué el teléfono y silencié sus intermitentes lamentos, eran en cierto modo el canto del cisne para mi valkiria.  
Hay un antes y un después de Beirut.
Y ha tenido que ser un maldito sofá ajado en una ciudad desconocida quien me lo recordase.


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